sábado, 15 de agosto de 2009

Trigo

Le apetecía viajar, pero no sabía dónde. En realidad no le apetecía viajar; lo que le apetecía era escapar, pero no sabía de qué. Así las cosas decidió darse un tiempo para intentar tomar alguna perspectiva diferente de las cosas y tal vez matizar esas incesantes ganas de todo. Eso no ocurrió.

De pequeña le enseñaron a decir por favor después de cada petición, pero no le mostraron con demasiado ahínco la posible finalidad última de la petición. Un mundo de seguros cordones de terciopelo le rodeaban, y quizá era eso lo que empezaba a odiar y de lo que pudiera querer escapar.

Pareciera como si no detestase su vida actual, pero si detestase la manera en que llegó a ella. Quizá el sendero seguido a lo largo de los años no le concedió demasiadas muestras de sangre y desesperanza; tampoco le brindó hondas dosis de alegría no programada. Era por eso por lo que quería viajar, para intentar que se le erizase la piel más a menudo.

Empacó sus cosas más necesarias en una fardo y emprendió la partida. El sur sería su primer destino incitada por cierta revista de aventuras que una vez siendo pequeña leyó. La ilusión arrebatadora de aquella niña le imprimiría fuerza.

Y allí se hallaba. Con algo más de un cuarto de siglo vivido y con un tanto de inocencia como compañera de viaje. Abandonaba, no sabía por cuanto tiempo, pero abandonaba. Atrás quedaban cordones de terciopelo. Adelante aguardaban los anchos e insinuantes campos sureños de trigo.

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